3.7.13

ruido.

Nacemos libres. Pura y exclusivamente para nosotros. Sin embargo, de alguna u otra forma, nos atamos a cosas. Errores, momentos, personas. Pasado. Lo irónico es cómo tratamos toda la vida de desatarnos de estas cosas. De ser capaz de dejarlos ir. De que queden atrás, en otra época, otro momento, otra etapa. Que queden ahí, que sean parte de nuestro pasado. Ya ayudaron, ya está, ya podemos seguir. Hoy formamos otra cosa. Y para lograr eso tenemos que desatarnos. Metemos excusas, pedimos tiempo, pedimos espacio,  ordenamos nuestras prioridades, ponemos punto final. A veces volvemos atrás, a veces no nos desatamos del todo.
Tratamos toda la vida de ser capaces de vivir bien. Nos asustamos cuando llega la noche y nos encontramos solos, con nosotros mismos. Entendemos que tal vez, y sólo tal vez, no nos guste demasiado nuestra compañía. No somos capaces de soportar nuestros seres solos, desnudos de miradas. Aterrorizados, sin máscaras. Nuestras vidas, nuestros cuerpos. Nos consume el silencio, por eso nos llenamos de ruido. Buscamos el ruido. El ruido es escape, es salida. Nos envuelve, nos lleva a volar, nos hace olvidar el silencio interior. Y por silencio quiero decir voces que gritan, pero que solo nosotros podemos escuchar.
Cada persona trae su propio ruido, y a la vez, nosotros somos el ruido que llena el silencio de otros.  Es por eso también que nos atamos a otra gente.

No me di cuenta en qué momento me até. Era tarde cuando lo descubrí, y no fui capaz de reconocer razones. Hice oídos sordos a todas las voces que me marcaban una dirección. Fui por la de alguien más. El nudo se enredó todo, y se perdió en la oscuridad. Tal vez ya estaba desatada, pero más perdida que hoy, así que seguí una luz y traté de salir. Y acá estoy, nadando.

¿ficción?

No hay comentarios:

Publicar un comentario