15.11.12

Eclipse.

Hace unos días hubo un eclipse. Lamentablemente, no lo pude ver en vivo y en directo, pero sí vi cómo se vio en Australia y realmente me impactó.
Un fenómeno cómo un eclipse solar te deja helado. Te recuerda la inmensidad de todo lo que te rodea. Te hace sentir mínimo. 
En el momento en que la Luna cubre totalmente al Sol, y se libera ese destello que casi nos deja ciegos, me dí cuenta de algo. Todo encaja. Nosotros; todos encajamos. Todos tenemos nuestro propio lugar. Y ese lugar no lo tiene nadie más, no lo puede ocupar otra persona. Que estoy acá por algo. Que todos estamos conectados, bajo el mismo cielo. Bajo el mismo eclipse, aunque no se vea en todos lados.  
Irónico, ¿no? Porque por más mínimos que nos veamos frente al Sr. Sol, somos inmensos como él, como la Luna. Vos, yo. Hasta una hormiga. Porque, va a sonar cliché, pero todos son grandes, todos brillan a su manera. Propia, única. Como pueden. De a poquito. No hay nadie más como nosotros, somos una pieza invaluable de este Sistema Solar. Y no sería lo mismo si no estuviéramos.
El eclipse me recordó esto: que no tengo que olvidarme que el lugar que ocupo en este universo infinito es mío, es propio. No hay otro igual. 
Y que no va a haber otro eclipse como ese. Fue, básicamente, un: "Dejá de perder tu tiempo y activá"

Y, por último, que el eclipse no nos deje eclipsados. Que no se te pase por alto. No te olvides donde estás, no te olvides dónde queda tu lugar. No te olvides que nadie más puede ocupar ese lugar, ni hacer las cosas que vos podés hacer.
El eclipse me dejó soñadora.

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