-Capitán- grita el marinero-
Capitán, se están acercando, capitán.
El Capitán no contesta. Mira al
horizonte, perdido. Tal vez, en su propio océano. Quién sabe.
-Capitán, ¿dará la orden?-
La desesperación en la voz del
marinero es evidente.
-Capitán, ¿qué hacemos?
El tiempo, que al estar en el mar
pasa tan relativamente, se está acabando. El enemigo se acerca rápidamente.
-Capitán, ¿disparamos?-
Nada.
-¿Capitán?-
El enemigo está tan cerca que
casi se lo puede oler. Obediente, la tripulación no se mueve hasta que no
recibir órdenes de su capitán. Pero, ¿qué orden puede dar, si los doblan en
número y armas? Casi podía jurar que era una misión suicida desde el principio.
Y ya es demasiado tarde para
echarse atrás.
-Tomen sus posiciones. Preparen
sus armas. Apunten. No disparen- declara el Capitán- No todavía- agrega.
Como Capitán que es, nadie se
atreve a desobedecerlo. Están todos listos, esperando su orden. La orden del
capitán.
Está esperando el momento justo
para dar dicha orden. Y, tal como dijo, él también toma su posición. El lugar
propio, que por derecho le pertenece: el timón.
El momento se acerca; la tensión
se percibe en el aire. Se aferra fuertemente al timón, su único y más fiel
compañero. Con la cabeza en alto y siempre la mirada en el horizonte, alza su
espada.
Es el último minuto. Ya no
importa quiénes alguna vez fueron, sus identidades, sus caras, sus recuerdos. Nada
importa porque todo está a punto de perderse para siempre. Ninguno cuestiona
nada más de la vida. Las decisiones que alguna vez supieron tomar quedarán
enterradas para siempre. Todos piensan en ese alguien al que no pudieron
despedir. Suspiran por esas cosas que ya jamás podrán hacer. Y anhelan que
nunca jamás nadie tenga que pasar por eso que están viviendo ahora.
El Capitán se permite un segundo
para recordar su miserable existencia. Suspira. “Muchas cosas no salieron como
las planeé”, se repite para darse valor, “sin embargo me tocaron y es mi deber
afrontarlas con el honor intacto”.
De su voz sale el grito que da
paso a la guerra. Fuerte, claro, sin vacilaciones.
Como un Capitán.